1983: año de la graduación
Lunes 10 de enero de 1983
El pasado sábado ocho de enero fue la fiesta de Cumpleaños de mi querida y perdida hermana Lourdes (desde que se casó…). Fue en la finca de su esposo, Ricardo, en las afueras de Zipacón, un pequeño municipio verde y húmedo de Cundinamarca. Yo llevaba algunos días allí pero ese día fue muy importante: además de la celebración, conocí a María Mercedes, una prima de mi cuñado que me provocó una profunda impresión. La había visto en la boda, pero en ese momento no hablamos. Me pareció bastante prepotente. A pesar de su desparpajo, e incluso de su grosería, este sábado me gustó como nadie antes. Fue algo excepcional pasar buena parte del día en su compañía, hablando, paseando... Casi en la noche, volvimos a Bogotá juntos, en el carro de Álvaro, un amigo de la familia, y durante todo el recorrido, ella conservó mi mano entre las suyas, escribiéndome en la palma, con el dedo, singulares mensajes. Al final, nuestra despedida fue fugaz pero muy emotiva. Todo, incluido esto, me resultó intenso. En la noche apenas pude dormir recordándolo.
De nuevo en Bogotá, una especie de pasado me esperaba: Angélica vino a casa a despedirse. Yo volví a la ciudad el día en que ella se marchaba a San Francisco. Sentí una gran tristeza. A pesar de lo que me había ocurrido con María Mercedes, era un hecho que aún guardaba un sentimiento por Angélica; incluso, sentí que la amaba. Así se lo expresé. Me pregunto si la vida nos permitirá volver a vernos, si Estados Unidos no es tan lejos como parece. Prometimos escribirnos. A ambos nos gusta hacerlo, y queremos hacerlo.
Martes 11 de enero de 1983
Hoy mi hermana mayor, Gloria, ha dicho que odia a mi mamá. No entiendo cómo persiste en vivir con nosotros, y como nosotros la aguantamos. Es insoportable. Ella cuenta ya con estabilidad económica pero persiste en vivir en casa. Se lleva mal con todos nosotros.
En la tarde, Fanny y yo fuimos a pedirle ayuda a Aurora, la amiga de siempre de mamá. Le pedimos que la convenciera de que debe obligar a nuestra hermana a abandonar la casa. Convivir con ella resulta imposible. Aurora nos prometió hablar con mamá. Ella misma se ha dado cuenta del carácter de nuestra hermana mayor…
Miércoles 19 de enero
Siento zozobra. Desgano. Lourdes no viene a casa y yo no puedo comunicarme con nadie. Mamá siempre ocupada; y Gloria, Fanny y Sergio, que viven en casa, no son las personas más sensibles del mundo. Cada uno va por su vida sin pensar mucho en los demás. Ni siquiera he hablado por teléfono con Néstor, mi mejor amigo del colegio. Durante estos días él ha sido un apoyo moral, como dicen. Quisiera hablar de lo que realmente me interesa, pero no es posible. No hay con quién hacerlo. Me pregunto que soy y qué deseo hacer de mi vida y no tengo respuestas. Todo eso pueden ser preguntas retóricas pero me gusta planteármelas y discutirlas con alguien. Creo que estaba muy acostumbrado a Lourdes… y luego, Néstor…
A menudo siento una fuerza elemental, violenta, en mí que no sé canalizar… Lo raro es que esta fuerza me gusta. Será por eso que quiero reencontrarme con Betty, o con Sonia, o con María Mercedes... Ellas encausan esta fuerza de una manera que no sé explicar. Me permiten ser como soy. Podría decir aquí que les gusta mi violencia.
Miércoles 26 de enero
Tengo la impresión de que desde que cumplí quince años el tiempo pasa más rápido, que no lo puedo detener. Antes todo parecía lento, ahora….
Néstor me ha dicho que conoce un editor. Como le he hablado de la novela que escribo sobre las tías de mi madre, se ha ofrecido a ayudarme con su publicación. Al escucharlo siento como si habláramos chino. ¿Podré ser escritor algún día? ¿Publicaré alguna vez una novela?
Trabajo día y noche en Murmullos, la novela de la que le he hablado a mi amigo. Y corrijo sin descanso. Esta historia de cuatro hermanas encerradas en una hacienda al margen de todo me apasiona de veras. Mujeres encerradas me parece la mejor metáfora de lo que ha sido mi vida. He sido espectador de un cuadro así. Y me gusta indagar en la mente de mujeres en esta situación.
La novela tiene lugar en la finca Bethania, de la que me ha hablado mi mamá, donde fueron a parar las sobrinas de Ester, una tía de su padre, Luis Enrique, que vivía allí, aislada, con la eventual compañía de su hermano sacerdote. Con dificultad, la mujer sostenía la hacienda y trataba de hacerlo lo mejor posible, cuando van llegando sus sobrinas a hacerse poco a poco al poder del lugar. Cada una de las mujeres tiene su visión de la vida y va estableciendo en tal espacio un modo de vida distinto al que ha visto en su contexto histórico.
Este es un apartado:
“Una vez terminada la fiesta de matrimonio, Luis Enrique Santos regresó a Bogotá. No hubo ninguna carta, ningún telegrama, ni una postal, nada. La ilusión de María Teresa de que las cosas con él cuajaran y tuviera lugar otra boda en la familia, en poco tiempo se difuminó. Él había sido cordial, solo cordial, es verdad, pero en un momento dado se había sobrepasado con ella. Entonces, su conducta le pareció sorpresiva pero masculina. Por eso lo comprendió. Los hombres son gentiles. Por eso, ella no lo rechazó, y esto era lo que más la mortificaba. No podía dormir pensando en lo sucedido, arrepintiéndose. Y lo peor: ni siquiera podría contárselo a Antonia y compartir con ella su vergüenza. Ella ya estaría disfrutando de su nueva condición, lejos. Feliz. Del hecho solo le quedaba su pañuelo. Su pañuelo sucio. Las manchas cubrían sus iniciales, LES, bordadas con hilo blanco brillante. Mirándolo, pensaba que, de cierta manera, su vida había cambiado como la de Antonia; una etapa de su vida había comenzado al mismo tiempo que su nueva vida de casada. Esto le daba algo de consuelo“ (Cap. VIII).
Domingo, 30 de enero
Todos los que me rodean creen que esto de escribir es “perder el tiempo”, como me ha dicho literalmente mi hermano Sergio (“'¡Póngase con pendejadas y verá que no llega a ser nadie!”). Yo me hago esquemas, síntesis, perfiles de personajes… pero en efecto todo esto puede ser perder el tiempo. Para la novela, he llegado a rastrear el paradero de esas personas de las que hablo aquí, en Bogotá, de Estercita, de Antonia...
¿Habrá algo que dé garantía de que se gana con ello tiempo?
Lunes 31 de enero
Lida ha leído mi novela y le ha gustado. Así me lo dijo. Se lo agradecí de veras. Nadie más la ha leído hasta ahora —ni siquiera Néstor— y no es fácil tener la confianza con alguien como para pedirle este “favor”. Cuando le conté que escribía, ella manifestó su interés. Por eso le entregué Murmullos. Luego, cuando nos encontramos para hablar del asunto, dijo que la había leído, le había gustado y quería besar a “un escritor”; lo hizo apasionadamente. Desde entonces, me siento diferente, un “hombre nuevo”; y sus besos no paran. Es curiosa la relación entre la escritura y la seducción. Algún día quisiera escribir sobre esto. Resulta apasionante.
Martes 1 de febrero
Debo prepararme para la cirugía de corrección del tabique y extracción del quiste. Hacía tiempo que tenía la molestia de respirar por una sola fosa nasal y hasta creí que esto era lo normal. El médico advirtió que un golpe que recibí de niño, hace algunos años, me había torcido el hueso y un poco el puente entre las cejas. Yo apenas había notado esto último. Solo recuerdo el día en que caí de cara contra una mesa y sentí como si la mandíbula se me corriera hasta adentro. ¡Horrible! Jamas he podido olvidar que fue mi hermano, Sergio, quien me empujó de un ceibó alto a la mesa. Supongo que esto me dolió más que el mismo golpe. Desde que me acuerdo siento que él no me quiere, que me envidia incluso… llegué cuando él tenía solo seis años y no le debió alegrar mi presencia. ¡Otro niño menor! Con el tiempo solo siento que él siempre está listo para golpearme o para decirme cosas horribles. Creo que desde la caída el vínculo fraternal ha dado paso a una constante incomodidad. Es obvio que ninguno quiere estar al lado del otro. Yo no quiero.
Me despierto muy temprano.
Dispuse todas mis cosas para la clínica —incluso el cuaderno en que escribo— y esperé la visita de Lida, pero no llegó. La llamé más tarde a su casa, pero no estaba. Volví a llamarla luego, pero nada.
Decido no volver a llamarla pero no olvido sus besos. Aunque… también, quiero mi novela de regreso. No sé cómo se la dejé. Quisiera llevarla conmigo a la clínica, corregirla otra vez.
Miércoles 2 de febrero
Escribo estas líneas antes de la operación.
Murmullos no ha vuelto a mis manos.
Solo pienso en Lida.
La clínica Colsubsidio es de niños pero yo ya no me siento un niño. Mi madre dice que todo sale menos costoso aquí, que por ser ella secretaria de la Caja Nacional de Previsión tiene este servicio, y solo hasta que yo cumpla deciseis años.
Miércoles 9 de febrero
La clínica es una experiencia horrible. Rodeado de niños llorando, el dolor permanente en el rostro hace de sus llantos ruido insoportable.
El jueves me operaron. La anestesia fue una experiencia muy extraña. Me pusieron una máscara de gas contaminado. Me fui yendo poco a poco y oyendo a lo lejos las voces que iban despareciendo. El médico se hurgaba la nariz mientras contaba hacia atrás desde diez … Al despertar, sentí un hambre horrible. ¡Y estaba amarrado a la cama! Luego, dolor. Y ruidos dobles. No podía respirar por la nariz. ¡Completé un día entero sin comer! Con dificultad, un rato después, mordí una manzana que me trajo alguien (¿una enfermera?) y bebí agua. Soñaba con comer carne…
A la mañana siguiente la enfermera me despertó a las cinco de la mañana. Estaba débil. Fui al baño, me lave, como pude, la cara, los dientes…
Mi apariencia es desastrosa. Tengo sangre seca todavía alrededor de la nariz, ojeras y el pelo parado. No puedo ducharme por completo. Otra enfermera viene cada tanto a ponerme una ampolleta. Todavía tengo dolor de cabeza. Al mediodía, el médico vino a cambiarme las vendas. Siento como si mi rostro no fuera mío, como si fuese extraño, no lo siento… “Puede salir el sábado”, anunció.
Curioso: vinieron muchas personas a visitarme: los padres de mi cuñado Ricardo, entre otros; Ligia y Fernando; Gloria, mi hermana mayor; mi madre, tan buena, tan normalmente buena y presente que me da lástima…
Sábado 19 de febrero
Creo que he cambiado. No solo mi apariencia. El médico había dicho que al operarme evaluarían el estado del tabique y, si era necesario, lo corregirían de manera que se haría notorio el cambio. Su desviación podía ser la causa del quiste en el seno nasal. Así pues, cuando me operaron, tuvieron que fracturar el tabique, enderezarlo, y sacarme el tumor también. Acaso no es mucho el cambio en la nariz, pero yo me siento distinto, con una cara diferente, quiero decir. Puede ser porque aún estoy hinchado.
Me duele la cara, pero me siento bien.
Quienes no fueron a verme me llaman por teléfono para saber cómo va mi salud. Lida no.
Domingo 20 de febrero
Recibo una llamada telefónica: es Néstor. Me pregunta si puede venir a verme. Yo prefiero que hablemos por teléfono y la comunicación se extiende por más de una hora…
Néstor y sus amigos fuman mariguana y él parece orgulloso de eso. No tiene problema en aceptarlo y comunicármelo como una especie de prueba de madurez. Yo quisiera probar y él se burla de eso. Con el efecto que produce en mí el alcohol, dice, “no quiero ni pensar lo que te provocaría la yerba”.
Lunes 21 de febrero
Me gusta mucho trabajar en mi novela Murmullos y leer. Sobre todo, libros de filosofía que encuentro por ahí, en la biblioteca de la casa. Schopenhauer, Nietzsche… Cuando leo Filosofía, creo que me gustaría la vida monástica, el sacerdocio incluso. Así podría dedicarme a la meditación, a la fe y, sobre todo, a leer libros así y escribir. Supongo que por eso, uno de estos días, manifesté este interés a uno de los curas del colegio.
Con quince años no hay muchas más opciones para irse de casa que hacerse cura. Tampoco hay muchos trabajos. Lo que más me gusta de pensar en lo de ser cura es que en monasterios, iglesias o yo qué sé podría escribir todo el tiempo. Lo mío sería una especie de trueque: rezo por escritura.
Poco a poco dejo de pensar en Lida. Eso de no verla a menudo, de que sea tan difícil contactarla, incluso por teléfono, me desmotiva. Las emociones van y vienen. Y no es ella la única que me las provoca… Todavía no me olvido de Angélica y María Mercedes…
Domingo 27 de febrero
He vuelto a hablar íntimamente con Lourdes. Me hacía falta. Ha venido a casa y le he soltado un montón de cosas que tenía atragantadas… Y por lo visto, ella también. En un momento dado, la escucho, sobre todo. Es raro cómo ella nunca está satisfecha con lo que ha hecho o logrado. Ni siquiera el matrimonio parece tenerla contenta. Yo solo le digo que acabe con todo lo que no la deja vivir como quiere. Luego pienso que eso sería imposible, que no puede acabar así nomás con su reciente matrimonio, ni con el marido, ni con… yo qué sé. Las mujeres tienen menos opciones, supongo. Ella, como mamá, siempre lo ha dicho. Aunque al final creo que nadie podría dejarlo todo para vivir como le dé la gana.
Domingo 6 de marzo
No hago ningún deber del colegio, y las “planchas” de dibujo de la clase de Botero (que además es el prefecto de disciplina) me tienen harto. Lo mismo que su exigencia “militar” y la de algunos profesores de educación física. Todos esos son la imagen misma de la represión. Botero es muy alto, fuerte (sin duda fue militar), obeso y usa unas gafas oscuras que provocan miedo. Hemos tenido más de tres encuentros desafortunados. Me opongo a su dominio. El otro día me empujó y yo fui directamente adonde el rector. Me quejé. Supongo que él le llamó la atención porque desde entonces parece más “civilizado”. O puede ser que, como tomamos el mismo bus y nos encontramos a menudo, haya limado su aspereza conmigo. Al final no parece tan malo.
Botero es muy distinto del profesor Jorge Gómez, a quienes le decimos Centella (porque llega en moto como el personaje de los dibujos animados). Es un hombre alto y musculoso que no para de exigirnos resultados en pruebas físicas: siempre está con un cronómetro exigiéndonos esfuerzos “cuantificables”. Para mí estos son como retos que tengo que cumplir. Y lo hago. Quizá por su estilo, Jorge, que no deja de ser autoritario, me motiva a competir, a esforzarme en los deportes. Tengo que aceptar que me gustaría ser como él, tan fuerte, tan viril… Por oposición a otros compañeros, como Durán, que apenas se interesan por el deporte, yo siempre me exijo a mí mismo mayores logros. Supongo que, además, este ánimo de competencia es una “cuestión masculina”, como dicen mis hermanas. Ellas todo lo sintetizan con la oposición básica entre hombres y mujeres, y pueden tener razón. Yo me identifico con esta visión (aunque en la “vida real” no la siga pues creo que de algún modo es más fácil ser mujer, a ellas no se les exige todo lo que se nos pide a nosotros como la fuerza, la seguridad…). Me pregunto si la imagen de Jorge Gómez tiene que ver en esto.
A veces, siento que conozco más a los demás que a mí mismo.
Lourdes: estoy tan solo aquí en casa. Y yo mismo no me siento compañía ni para mí mismo. He creído amar, pero todo parece una apariencia del amor, el deseo, el ego... Quisiera hablar con alguien amado.
Miércoles 15 de marzo
Otra vez tengo la felicidad de estar con Lourdes. Teníamos tantas actividades conjuntas que nos acercaban y que se esfumaron así como así luego de su matrimonio…, como hablar.
Juntos fuimos a conocer al nuevo inquilino del apartamento de mi madre, el de la calle 45. Lo citamos en el café del bajo del mismo edificio, el que administra un hombre español. El arrendatario llegó justo a la hora de la cita y resultó ser un negociante de presencia sofisticada. Vestido todo de paño, tenía una boina y una pañoleta de seda vinotinto que hacían juego. Al principio hablamos del contrato, del tiempo en que necesitaba el apartamento, de detalles de uso, etc. Luego, al calor de unas cervezas que invitó, habló de sus aventuras, de sus viajes, de sus ideas… Yo quedé absorto ante su discurso. Al escucharlo, sentí que quería ser justo como él. Elegante, culto, aventurero… Curioso que se haya divorciado tres veces, tenga dos hijos (uno estudia en mi colegio), pensé; no parece el hombre más responsable del mundo. Ahora, horas después, me pregunto si así quisiera ser yo realmente. Raro que él resulte viviendo en el apartamento que no es más que un studio con cocina y baño. Lourdes y yo hablamos largo y tendido con él, como si nos conociéramos de toda la vida. Acaso le estaba mandando los tejos a Lourdes… Puede ser. El caso es que, por nuestra parte, hablamos de todo lo que nos inquieta, de familia, de matrimonio, de relaciones, del colegio, de mi posible vocación religiosa… de todo. Si nosotros nos interesamos por sus aventuras, él también escuchaba nuestras palabras. En un momento dado, atinó a aconsejarme que viviera el presente, que aprovechara lo que iba presentándose en mi vida, que fuera y estuviera feliz… todo tan sencillo. Su perspectiva me pareció rotundamente hedonista pero lógica. Algo de lo que ahora, sin entender porqué, me siento lejos… Hasta ahora he seguido las pautas de mi familia, de mi madre: deberes, responsabilidad, previsión… nada de esto es hedonista, ni lógico.
Miércoles 13 de abril
54 años. Mi madre está de Cumpleaños y yo he organizado una fiesta sorpresa en su honor. A ella no le gusta celebrar esta fecha, y mucho menos que todo el mundo se entere de que este día es en realidad el día en que nació y cuántos años tiene. Toda su vida le celebraron el Cumpleaños el 10 de junio, por la fiesta de la santa Margarita o por el Cumpleaños de su abuela Margarita, no sé. El caso es que fue de verdad una sorpresa para ella ver llegar a sus hijos con obsequios. Yo le regalé un portarretrato con la fotografía de mi padre en blanco y negro, una en que él aparece muy guapo y elegante, de traje y corbata. Esta fotografía se la regaló papá hace años, con su firma sobre su imagen. Yo la rescaté de un viejo fotoálbum y la puse en el portarretrato. Ella se alegró de recibir este obsequio y en la noche lo observó con detenimiento y lo dejó en su mesita. Fue raro ver ahí, junto a ella, el rostro joven y adusto de mi padre.
Lunes 18 de abril
Tengo las calificaciones del trimestre. Perdí Química y Cálculo, nada menos. Bien en Educación Física.
¡A estudiar para las habilitaciones! Otra vez estudiar las malditas matemáticas.
Viernes 15 de abril
Como parte de las Jornadas Tomasinas, los curas organizan una fiesta en el colegio. Invitan a las alumnas de colegios “hermanos” como las Siervas de Cristo, la Presentación o yo qué sé.
Por pura coincidencia, en tal celebración volví a ver a María Mercedes, la prima de mi cuñado, que estudia en La Enseñanza. O eso creo. Una amiga suya la invitó, dijo, aunque poco a poco comprendí que, independientemente de su colegio, aprovechó la oportunidad para volver a verme. Es orgullosa pero también sabe lo que quiere, y, al parecer, soy yo lo que quiere. A su modo, así me lo hizo sentir. El encuentro y la experiencia fueron intensos. Nos abrazamos enseguida y cuando empezamos a bailar ella me ofreció su boca. Nos besamos una y otra vez a pesar de la presencia de tanta gente, sobre todo de mis compañeros que sin duda se asombraron de la rapidez con que yo actuaba. Luego, bailamos, amacizados, como se baila el vallenato. Pura pasión. Cuando la fiesta terminó, la acompañé a su casa. Me dejó entrar… me invitó a beber algo y me regaló una fotografía suya.
Estoy muy enamorado.
Domingo 24 de abril
Son raras las cosas que suceden en casa.
Mis sobrinos, Gerardo y Margarita María, estaban jugando en el comedor y tomaron veneno para ratas que mi madre había puesto en un rincón del comedor para deshacerse de la plaga. La cosa fue muy angustiante y dio para todo. Al principio, notamos que los niños no salían del rincón y los sacamos a juro. Entonces, nos dimos cuenta de que tenían restos del veneno azul en la boca. Los padres estaban desesperados, se vinieron lanza en ristre contra mi madre, que lo del veneno era irresponsable, que a casa venían siempre niños, que… Sus hijos la defendimos, pero la situación fue muy incómoda. Luego del disgusto, llevaron a los niños a la clínica, de Urgencias. Les hicieron un lavado gástrico y en unas horas nos informaron que estarían bien, que estuviéramos vigilantes... ¡Vaya susto!
Sábado 16 de junio
Mi madre está en la clínica. La operaron de un tumor en el pecho. El médico ha dicho que la cirugía salió bien. Se quedará otro día ingresada.
En la noche recibí la llamada de María Mercedes. Irá a Codazzi de vacaciones. No la volveré a ver en un tiempo. Espero que cuando vuelva las cosas vayan mejor entre nosotros. (Cada vez que nos vemos nos besamos apasionadamente o peleamos).
21 de agosto
Hoy es mi cumpleaños, el número 16. Hago planes respecto de lo que haré este nuevo año de vida. ¡Viajar! Esto es lo que más me gustaría.
Lunes 26 de septiembre
Hoy ha empezado a morir mi amor por María Mercedes. O, en realidad, he empezado a matarlo. Creo que nuestra relación parece una guerra de egos, de vanidades… Ella es violenta conmigo y yo no me dejo. De nuestro acercamiento íntimo, ella pasa a la violencia. Ayer me dio una bofetada por cualquier cosa que le dije. Creo que el deseo llega a ser inferior a mi necesidad de estar bien.
Septiembre
Hoy nos han tomado una foto del grupo como recuerdo de la promoción de 1983. Estamos en el patio de atrás pues todavía parte del colegio está en construcción. Todos estamos muy elegantes, con el uniforme del colegio: blazer azul marino de paño con el escudo dominico al lado izquierdo; pantalones beige, de paño también; camisa y calcetines blancos, corbata azul y zapatos negros. Algunos somos más cuidadosos que otros con lo de la apariencia, sobre todo con tonterías como el peinado, los accesorios o la afeitada. Yo me eché fijador en el pelo y me quité el “bigote”. No me gusta ese bozo que aparece encima de mis labios. Soy uno de los que piensa demasiado en estas cosas, como Néstor (al lado izquierdo de Santiago, el sonriente de las gafas oscuras), que siempre está peinándose y componiéndose el traje. Será porque los demás, sobre todo Santiago y Javier, se burlan de compañeros como Caicedo o Medina que andan desaliñados y hasta huelen mal. Por eso les han puesto sobrenombres muy peyorativos.
2 de diciembre de 1983
Obtenemos el grado de “Bachiller” en el Colegio Santo Tomás de Aquino. La fiesta es en el salón Orquídea del Hotel Hilton. Yo invité a una chica que conocí hace poco, pero no fue posible recogerla como ella esperaba. Mi hermana Gloria estaba de un genio tal que no nos facilitó el carro, a mi hermano y a mí, para ir por ella. Le cancelé, entonces, la invitación una hora antes. Al momento del baile tuve que hacer de tripas corazón, resignarme a mi soledad o buscar con quien bailar. Por supuesto, pudo más lo segundo. Un trago de aguardiente y el dolor se me pasó. Bailé como un trompo, como siempre. A las tres de la madrugada salimos todos muy contentos a reunirnos en casa de Néstor. Fue una noche magnífica. Todos tenemos planes para el futuro y fue estupendo escucharlos…